
por Carlos D- Mesa Gisbert
Cuatro minutos hicieron la diferencia y abrieron una ventana de esperanza para una selección que venía avanzando en medio de la noche. La calidad y la experiencia del goleador Marcelo Martins, volcaron un partido que parecía la repetición de un libreto agobiante para los aficionados.
Un gol soberbio suyo de volea cruzada y perfecta tras una jugada muy bien hilvanada y una asistencia a Céspedes para el segundo, mostraron a una selección con hambre de gol y condiciones para el ataque. No era la misma que enfrento a Brasil, ciertamente, ni la que jugó y perdió dos veces seguidas en La Paz, no, en Asunción había una chispita que hacía fuego, todavía con intermitencias, pero hacía fuego.
Pero, digamos la verdad, No fue lo mismo atrás, particularmente la tarea de Montero y su ingenuo y obvio penal (¿No se percata el muchacho que existe un adminículo moderno llamado VAR?), que marcaron los rasgos de torpeza y precipitación de la última línea.
Paraguay es un equipo rijoso y peleador, eficiente por alto, pero enredado en una mezcla no resuelta del toque horizontal para abrir espacios y escapadas eficientes donde genera verdadero riesgo.

Farías, parece, está encontrando una alineación razonable. Acerto con el más importante. Quienes dieron por muerto a Martins se tragan con aceite sus palabras porque el goleador es lo que hace, tres goles en cuatro partidos y 21 para ser récord absoluto en la historia de la selección.

El Conejo, es el Conejo, a pesar de todo, a pesar de que en este partido fue menos. Parece un talento destinado a brillar en la altura del Siles más que en el llano de calor infernal y humedad insoportable. Céspedes promete y Ribera, incansable, sube y baja, marca y ataca. Lampe en lo suyo, con alguna tapada de mérito y algunas dudas en los goles, pero suma experiencia y da seguridad en el arco. Con pelota parada y lanzada desde las esquinas, o en centro desde esos extremos letales de la cancha cerca del área, la verde carece de marca y de velocidad. La diferencia es estado atlético y picardía.
Pero, digamódslo claro Bolivia se ánimo a jugar en un campo que tiene dos lados, no sólo el que se defiende y cuando lo hizo hiló dos cosas, jugadas de riesgo y pelota lejos del arco propio. Tiene con qué, es cosa de entender el juego como algo más que una tembladera para que no te encajen cinco,
La estadística, sin embargo, sigue siendo alarmante. Al promediar el partido la pantalla de TV mostró unas cifras estremecedoras, mientras Bolivia había conseguido hacer 38 pases con éxito, en ese mismo periodo Paraguay lo había logrado 121 veces. Una relación de eficiencia de 3 a 1. Es ahí donde está el problema. Inseguridad, miedo, dudas, jugar a trompicones. Si con pelota en el piso los verdes no son capaces de salir jugando, de construir jugando, de llegar al ataque jugando, es poco lo que se puede esperar. Es un problema de corto circuito permanente entre defensa, traslación y ataque. Lo interesante, la marca en la salida del rival. Paraguay se vio durante mucho minutos ante un rival que buscó asfixiarlo desde el vamos. Eso demandó un despliegue físico intenso de los bolivianos que se pagó en la última parte. Esa diferencia, mortal, es la que coloca a nuestro equipo en inferioridad, el estado físico de los rivales -está dicho- es de rango europeo y el nuestro de cabotaje.
Pero, finalmente, Bolivia rompió la maldición de las derrotas al hilo. No es gran cosa, pero parecería, -ojalá- que se prendió una lucecita en medio del túnel. Habría que trabajar para ver si con ella se encuentra la salida de esta pesadilla que dura ya muchos años.