
Arce y Martins, los goles de Bolivia
Argentina sin Messi (llanto general), Bolivia con un equipo dúctil en su terreno (respiración acompasada). Messi, hay que decirlo, no había sido relevante en los dos partidos que jugó en La Paz y, también hay que decirlo, puso en evidencia que contra Chile estuvo bastante lejos de su halo de “niño bueno”. Bolivia, hay que decirlo, prefirió aquello de «Más vale lo…conocido que lo…por conocer».

Chumacero y Escobar, el tándem letal del Siles
En la ecuación propuesta-respuesta, Soria apostó por la propuesta en un campo mojado y resbaloso sobre la idea matriz del fútbol (es decir, lo que jugar fútbol quiere decir realmente, a diferencia de lo que en Colombia fue una afirmación de lo que no quiere decir). Colocó un medio campo capaz de crear juego ofensivo con una bandera en la que hoy se ha convertido Chumacero, transformado por Farías en un media punta volcado a la derecha, con un socio ideal Pablo Escobar. Dupla letal, si las hay, en La Paz. La idea era un despliegue con cierta velocidad, sacrificándolo todo a los pases medidos, la profundidad por las alas y la creencia, incluso, de una sólida construcción en el centro. Para conseguirlo necesitó y tuvo dos engranajes bien lubricados, Arce, un experto en el Siles y Martins, afianzado en arrastrar marca, subir y bajar y, con la Argentina como una presa personal apetecible, que ratificó al anotar con raza de goleador. Wayar y Castro haciendo razonablemente bien –sin más- lo que se les pidió hacer.

Flores y el camino del gol
Atrás, el cuarteto defensivo se comportó a la altura de las circunstancias, basado en la larga experiencia de sus marcadores centrales y en la tarea adecuada de proyección de sus laterales, especialmente Flores que hizo una corrida y un centro impecable para el segundo gol de Bolivia.

Selección Bolivia: Lampe, Castro, Raldes, Zenteno, Martins y Wayar; Flores, Bejarano, Chumacero, Arce y Escobar
Argentina llegó, alicaída por la ausencia de su segundo dios particular, como quien mira y aprende. Esperó el dibujo de Bolivia y recién dibujó en cancha su intención de un empate con la sazón de alguna oportunidad para acosar a Lampe y ganar la lotería. La tuvo, Di María pudo cambiar el partido pero Lampe lo preservó para la verde.

Di Maria es siempre Di Maria
Bolivia hilvanó el camino y lo recorrió varias veces y con claridad, pero en más de una ocasión le entregó la llave del contragolpe a la visita por una constante –agudizada hasta la catástrofe cuando Bolivia juega de visitante-: la imprecisión, la ingenuidad, la incomprensión de que una pelota perdida en tres cuartos de cancha es una ocasión perfecta para el contragolpe amenazador. El fideo Di Maria, lo sabemos todos, es una explosión de velocidad y talento y Pratto, un carro de asalto con chispas de calidad, hicieron bien su tarea paceña, aún a riesgo del agotamiento. Pero quedó claro que los argentinos dejaron que quien decidiera fuera Bolivia. En el primer tiempo el local hizo el fútbol y mereció el resultado y algo más. En el segundo, desde que Martins reventó la red contraria, el partido se desbarrancó en un ir y venir más bien desordenado y futbolísticamente mediocre. Pero fue, sin duda, un 2 a 0 incuestionable.
Bolivia jugó –decisión de Soria mediante- con el equipo adecuado en La Paz, básicamente una combinación de The Strongest (cinco jugadores) y Bolívar (3 jugadores) con una edad promedio de 29 años y ni un solo jugador que no hubiésemos visto en anteriores selecciones (no cuento a Miranda que entró como decoración). Para ser claros, ningún descubrimiento y menos aún una renovación de nombres y de edades. Al fin, pensó Soria, más sabe el diablo por viejo que por diablo.
La altura «existe», porque, Soria, preparo otro equipo?
La altura existe porque el Siles está a 3.577 mts. sobre el nivel de mar, existe porque influye en el rendimiento de los visitantes. Existe para que Bolivia use esa realidad en su favor, por eso un DT decide que jugadores juegan en La paz y que jugadores juegan en el llano, sean locales o visitantes. Existe pero no garantiza el resultado como lo prueban las 21 derrotas de la selección frente a sus pares sudamericanas jugando de local