Por Carlos D. Mesa Gisbert

Por primera vez en un partido eliminatorio entre ambas selecciones, Venezuela aparecía como clara favorita. A pesar de ello, el heroico empate de la verde ante Argentina volvió a sacar nuestras esperanzas de las cenizas, pero no sirvió. Venezuela ganó, con lo justo, pero ganó. Si nos atenemos al encuentro pasado por agua, es un triunfo que no se puede objetar.

La derrota llegó por un solitario gol producto de un agresivo cabezazo de Vizcarrondo (es el cuarto gol que recibe Bolivia de pelota parada en esta eliminatoria), lo que no nos impide destacar algunas virtudes de Bolivia. Quinteros propuso un fútbol abierto y el partido se hizo de ida y vuelta. Ensayó un juego de proyección que, sin embargo, quedó atorado por las imprecisiones enervantes de Robles y por la timidez de Segovia que está a caballo entre la marca y la proyección, pero que se enreda en el enganche. Atrás, en cambio, los defensores resolvieron mejor sus desafíos y en general, salvados unos pocos errores, marcaron con limpieza y claridad. Adelante el cuadro fue irregular, un par de remates de media distancia de Martins y una apuesta en la mitad del segundo tiempo al todo o nada. La entrada de Campos, Arce y Andaveris mostraba todas las cartas, atacar y buscar el gol volcando el partido. Los verdes estuvieron entonces mucho más cerca, sin duda. Arce hizo lo suyo en un extremo y Campos mostró gran talento para generar peligro con pelota detenida, incluyendo un exquisito remate que sacó apenas el meta venezolano. Pero ni toda la artillería logró romper el cero, eso fue lo real.

¿Cuál es el problema de fondo? Una línea de juego, un estilo coherente, una estructura que juegue de un modo que marque sello. Todo eso es de lo que Bolivia carece. Una cosa es la adaptación indispensable para encarar a cada rival, y para jugar de local en La Paz con todo lo que la altitud implica como teórico aliado a favor, y otra muy distinta es ver a la selección jugando cuatro partidos con cuatro planteamientos, estilos y propuestas no sólo diferentes, sino contrapuestos entre sí. El resultado hasta hoy es un empate y tres derrotas, una de ellas de local. El ensayo y el experimento como método no funcionan. No cometeré el error de apelar a algún equipo que todos nos sabemos para ejemplificar, pero sí se debe entender que los jugadores tienen que construir una personalidad futbolística sin la cual casi todo queda librado al azar.

Cuando un técnico ha dirigido dieciocho partidos y lleva ¡dieciocho partidos sin ganar! Y es el técnico con ¡la peor racha histórica de la verde sin conocer el triunfo!, es tiempo de plantearse preguntas de fondo. Se puede también adelantar respuestas, la principal, que la selección es el retrato del fútbol nacional, sí, sin duda. ¿Basta esa respuesta?

Mientras preguntamos e intentamos responder, la única verdad tangible es que lo de nuestro primer equipo y lo del conjunto de nuestro balónpie, es ya la historia de un largo y tenebroso túnel de desazones.