
Cuando la pelota se estrelló en el poste derecho del arco uruguayo tras gran remate de Ramiro Vaca (otra vez el mejor de la Verde), se selló la maldición, Bolivia no abriría el marcador en el partido.
Claridad es el concepto que faltó en el equipo nacional. Ir en tromba, pero llegar y pensar en la solución del entuerto ante un equipo que hizo bien su tarea. Disciplina táctica férrea, mucha dureza con jugadores ásperos, administración del tiempo, particularmente en el arquero Rochet y en los saques laterales, y un capitán que, como Giménez, ademas de hacer un gran partido, hostigó al árbitro en cada jugada detenida.
Villegas apostó por un mediocampo poblado para administrar el encuentro. La dupla Vaca, Villamil funciono muy bien, no así Cuéllar y Robson, a priori más útiles por su larga experiencia en el estadio de Villa Ingenio.
Terceros ensayó muchas veces lo que sabe, infiltrarse entre tres defensores en diagonal y buscar el arco. El problema fue la infranqueable doble línea uruguaya atrás y sus opciones de salida que inquietaron tres o cuatro veces el área de Viscarra. Miguelito no logró el objetivo, por añadidura ni Ábrego ni Algarañaz alcanzaron para definir con serenidad tres ocasiones nítidas de gol en sus pies. El 9 neto no aparece todavía para sustituir a Martins.
Ni Medina en el primer tiempo ni Fernández en el segundo, lograron convertir los carriles laterales en la avenida del ataque para anotar. Medina estuvo particularmente impreciso y Fernández no puso el turbo que el partido requería.
Que Bolivia mereció ganar está fuera de toda duda, pero es con goles que se gana, y lo que pasó pasó. En el planteamiento Bielsa obtuvo lo que buscaba ayudado por la acción notable del arquero Rochet, la suerte y el ríspido fútbol de contención que da la experiencia de competir en un fútbol de alto nivel internacional.
Por segunda vez El Alto no fue el fortín de la invencibilidad que se esperaba.